«Monos locos»

—¿Papá, qué son los humanos? —preguntó con una mezcla de curiosidad y desconcierto una cría de gorila a su padre.

—Los humanos, querido hijo... —contestó papá gorila— son casi como nosotros, pero sin pelo. Se creen que todo cuanto les rodea les pertenece. Su ego es tal, sus ansias de poder son tan grandes, que se olvidan del verdadero sentido de la vida. Viven en altos árboles de cemento, y algunos son de tal magnitud que pueden llegar a tocar el cielo. Se olvidan que su verdadero hogar, la conexión con su esencia, está en cada bosque, selva, montaña, río, mar u océano que contaminan. Piensan que pueden comprar todo con pedazos de papel al que llaman dinero, incluso su felicidad.

—Eso es ingenuo, ¿verdad papá? —exclamó el jovencísimo primate.

—Sí, mucho, hijo mío... —respondió el gran gorila amablemente.

—A veces —prosiguió su padre— esos trozos de papel asqueroso les ciega tanto, que aplastarían a otro miembro de la manada sin vacilar. Ellos mismos se han esclavizado engrilletándose a absurdos aparatos luminiscentes, dejando de apreciar los pequeños regalos que diariamente les ofrece la vida. El tiempo se les escapa.

—¿Y no despiertan, papá? —preguntó la pequeña cría preocupada.

—Algunos sí, otros no... —añadió papá gorila—. En definitiva, hijo mío... los humanos son monos locos...

Ambos animales, en un precioso silencio solo interrumpido por los alegres y suaves sonidos de la selva, se miraron dulcemente y, sonriendo, giraron sus cabezas para contemplar, desde la copa de un majestuoso árbol, el bello atardecer de otro día más que los despedía.